Cuando la autoridad paterna se manifiesta adecuadamente ayuda al hijo (a) a desarrollar su capacidad para vivir con libertad y responsabilidad. Por deber y por derecho, los padres se convierten en una figura de autoridad para los hijos y esa autoridad tienen un fundamento moral cuando se pone al servicio de ellos con el objetivo de que alcancen el desarrollo pleno de su pòtencial y su crecimiento personal.
A la autoridad paterna corresponde marcar la disciplina que debe vivirse en el hogar, misma que se manifiesta por medio de normas, reglas y límites que permiten al hijo desarrollar hábitos, conductas y actitudes útiles para su adapración social y para su desarrollo integral.
En la actualidad, todavía en muchos hogares la palabra disciplina se sigue relacionando con el autoritarismo, los castigos, las prohibiciones irracionales y la violencia. Ante esto, algunos padres que no se sienten cómodos con dicho patrón, pero que son incapaces de construir uno nuevo, terminar por abdicar como figuras de autoridad.
En un sentido positivo, la disciplina tiene como objetivo que la persona, ya sea que transite por la infancia o por la adolescencia, aprenda a disciplinarse a sí misma, adquiera la virtud del autocontrol y al creer tenga los recursos para vivir con autonomía; es decir, que sepa hacerse cargo de sí misma.
El ejercicio adecuado de la disciplina es un acto subsidiario mediante el cual el más grande hace lo que aún no puede realizar el más pequeño, pero únicamente mientras éste adquiere la capacidad para hacerlo por sí mismo. Cuando los hijos son pequeños resulta obvio que no cuentan con la experiencia, la información y los conocimientos necesarios para elegir aquello que más les conviene, circunstancia que va cambiando al ritmo del crecimiento. En ese proceso los padres les prestamos a los hijos las reglas que creeemos, con la condición de que las utilicen mientras construyen sus propias normas.
Castrejón, N. Descubre a tu Adolescente. 2004